Categorías Equivocadas

 

 

 

Lunes, 23 de Enero

 

Cuando Dios piensa en ti, ¿en qué categoría piensas que te coloca? A través de la historia, la mayoría de las personas tienen una respuesta a esta pregunta completamente equivocada. Cuando Jesús habitó en la tierra y en sus tres años de ministerio apenas podía pasar un día sin que estuviese rodeado de multitudes de personas. Estas multitudes se clasificarían, como lo hacemos hoy en día, en básicamente dos grupos; personas buenas y personas malas. Sin embargo, Jesús los categorizaba en dos grupos completamente diferentes, y no tenía nada que ver con su comportamiento bueno o malo.

 

Ninguno de ellos, ni las “personas buenas” ni las “personas malas”, podían entender las categorías de Jesús. En una ocasión, mientras Jesús se encontraba rodeado de una multitud de personas que se habían dividido en dos grupos, y entre ellos el grupo más grande, los recaudadores de impuestos y los pecadores (las personas malas; a una corta distancia se encontraban los maestros de la ley y los fariseos (las personas buenas) preguntándose por qué Jesús pasaba tanto tiempo con los pecadores y tan poco tiempo con ellos. Jesús, entendiendo su confusión decide crear tres historias para explicarles cómo es que Dios categorizaba a las personas.

 

Una de estas historias es la de un padre y sus dos hijos. En esta historia, el hijo menor le pide a su padre que le dé su herencia por adelantado. El único problema es que las herencias se entregaban después de que el padre fallecía. Así que, en esencia, el hijo menor le estaba diciendo, no quiero tener nada que ver con esta familia y para mí papá tú estás muerto. Ahora, inmediatamente tanto las personas buena como las malas en la audiencia de Jesús identificaron al hijo menor como el malo de esta historia. Jesús continuó y dijo que el hijo se fue a una tierra lejana y despilfarró todo su dinero en fiesta y perversidades. Y cuando ya no le quedaba dinero ni amigos decidió salir a buscar empleo pero el único trabajo que pudo encontrar fue alimentando a los cerdos. Pero las cosas le iban de mal a peor y tenía tanta hambre que pedía que le diesen de comer la comida de los cerdos, pero nadie le quería dar de comer. Entonces reflexionó y decidió regresarse a su casa para ver si su padre lo contrataría como siervo. Se levantó y fue a ver a su padre. Aún estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. Entonces el padre ordenó a los criados diciendo, “vistan a mi hijo y cocinen un gran banquete, que hoy vamos hacer una gran fiesta”.

 

Mientras tanto, el hijo mayor regresaba del trabajo pero cuando vio la conmoción le preguntó a uno de los trabajadores qué estaba pasando. El trabajador le respondió, tu hermano a regresado y tu padre mandó a hacer esta gran fiesta. Pero el hermano mayor se negó a entrar en la fiesta. Entonces el padre salió y le rogó que entrara. Pero él le dijo, “he sido bueno siempre, he hecho todo lo que me has pedido y nunca me has hecho una fiesta como esta. Y todos en la audiencia de Jesús estaban de acuerdo con que el hijo mayor era el bueno en esta historia. Pero estas son nuestras categorías, no son las Dios.

 

Entonces Jesús cierra la historia con el padre diciéndole al hijo mayor,

 

Lucas 15: 31-32

 

Tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”.

 

Nosotros pensamos en términos de personas buenas o malas pero como les dije antes, nuestras categorías no son las de Dios. Porque cuando Dios piensa en nosotros Él nos coloca en otra categoría, la de muertos o vueltos a la vida, en la de perdidos o encontrados. Nosotros pensamos en términos de comportamiento y religión, pero cuando Dios piensa en nosotros Él piensa en términos de conectados o desconectados. Y cuando Dios piensa en nosotros siempre siente compasión y amor y anhela tener una relación con nosotros más que cualquier otra cosa.

 

Padre Celestial gracias por tu gran amor, compasión y misericordia, gracias porque tú no me amas según la categoría de bueno o malo, sino como el padre del hijo pródigo, de manera incondicional y eternamente. Amado Dios, ayúdame a mí también a no categorizar a las personas como buenas o malas, sino a amarlas como Tú lo haces, para que puedas ayudarme en la gran comisión de regresarlos a tus brazos.