¿Por dónde empezamos?

 

 

 

Miércoles, 7 de junio

 

Si quisieras perder peso, ¿por dónde empezarías? Si quisieras tocar un instrumento, ¿por dónde empezarías? Si quisieras aprender ciencia, ¿por dónde empezarías? Ahora vamos a pretender que nunca has oído hablar de Jesús y por tanto no tienes fe alguna, ¿cuál sería el punto de partida para desarrollar tu fe? Quizás pienses que el mejor punto de partida sería la Biblia y técnicamente tendrías razón. Pero cuando estudiamos el nacimiento del cristianismo y sus primeros 250 a 300 años, no habían Biblias. Pero eso no impedía que miles y miles de personas se convirtiesen en creyentes de Jesús; De hecho, el cristianismo explotó durante esos primeros 300 años. Y a pesar de que no tenían Biblias, su fe era tan fuerte que, ante la persecución sistemática, reusaban renunciar a su fe. Cuando miramos hacia atrás la fe de ellos era considerablemente superior a la fe de la mayoría de los creyentes de hoy en día. Los creyentes del primer siglo sufrían socialmente, económicamente y físicamente y en muchas ocasiones sufrían la muerte por causa de su fe, pero a pesar de esa persecución se mantenían firmes. En la actualidad oramos y si Dios no responde nuestras oraciones para el final de la semana tiramos la toalla. Hoy si perdemos un trabajo o no podemos pagar nuestras cuentas perdemos la fe, pero en el primer siglo un incalculable número de personas perdían sus vidas pero no su fe. Entonces, ¿cuál fue el punto de partida para la fe del creyente del primer siglo? Tal vez nosotros también deberíamos comenzar por donde ellos comenzaron.

 

Para los creyentes del primer siglo el punto de partida de su fe era una persona, no una teología o una filosofía. Para los creyentes del primer siglo, el punto de partida de su fe era responder a una simple pregunta: ¿Quién es Jesús? Porque si Jesús es quien Él decía que era, Él entonces era mucho más que una buena persona, un maestro o un líder. Él era Dios viviendo entre nosotros. Él era Dios el creador de todas las cosas en el cielo y la tierra habitando en medio nuestro. Para los creyentes del primer siglo, lo único que importaba era la veracidad de la muerte y resurrección de Jesús.

 

Lo que causó el nacimiento de la fe de los primeros creyentes no fueron las enseñanzas de Jesús, sino fue Jesús mismo. La verdad es que la mayoría de los primeros creyentes ni tan siquiera podían entender las enseñanzas de Jesús, incluyendo a sus discípulos. Y las enseñanzas que sí entendían, tales como ora por tus enemigos y si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha ponle la izquierda también, eran irracionales para ellos. No podían entender a Jesús, sin embargo no podían negar que lo habían visto morir y resucitar.

 

 

1 Corintios 15: 14-15 NLT

 

Si Cristo no ha resucitado, entonces toda nuestra predicación es inútil, y la fe de ustedes también es inútil. Y nosotros, los apóstoles, estaríamos todos mintiendo acerca de Dios, porque hemos dicho que Dios levantó a Cristo de la tumba. Así que eso no puede ser cierto si no hay resurrección de los muertos.

 

En el primer siglo, el punto de partida para la fe de una persona era preguntarse, ¿Quién es Jesús? ¿Realmente murió y resucitó? Y todos aquellos que llegaban a la conclusión de que Jesús era quien decía ser y que había resucitado de entre los muertos, esto se convertía en el punto de partida de ellos y también en el fundamento de su fe. Así que quizás deberíamos hacernos las mismas preguntas y hacer que las repuestas a estas preguntas sean el punto de partida y el fundamento de nuestra fe.

 

Padre Celestial al ver la fe de los primeros creyentes y en qué estaba fundamentada sólo puedo pedirte que por favor me ayudes a siempre recordar quién es Jesús, tu Hijo Amado, Dios aquí en la tierra, que murió y resucitó para darme vida eterna, si constantemente recuerdo quién es Jesús en mi vida voy a tener siempre una fe firme, esta gran verdad es el punto de partida de mi fe y la que me sustenta para seguir la carrera que tengo por delante con mis ojos puestos en Jesús.