El Cordero de Dios

 

 

 

Jueves, 13 de julio

 

 

No importa cuánto tratamos de excusarlo o negarlo, todos somos pecadores y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Todos hemos hecho cosas que sabemos que están mal y lo peor es que hemos prometido cambiar y en algunas áreas hemos tenido éxito, pero en otras eventualmente volvemos a caer y regresamos a nuestros caminos pecaminosos. Muchos piensan que a través de un buen comportamiento pueden eventualmente dejar de ser pecadores, pero eso es imposible. Porque no somos pecadores porque nos comportamos mal, todo lo contrario, nos comportamos mal porque somos pecadores. Quizás no te hayas dado cuenta, pero todos nacemos infectados por el pecado. Es por eso que aun los bebés no necesitan aprender a comportarse mal, es natural en ellos. De hecho, la palabra que los niños escucharán más en sus primeros meses de desarrollo es, no. Todos nacemos pecadores y ninguna cantidad de excusas, disciplina o religión va a cambiar eso. Por esto es que no necesitamos una segunda o tercera oportunidad y tampoco ayuda, lo que necesitamos es alguien que nos salve de nosotros mismos.

 

Durante casi 1,500 años la manera en que el pueblo judío trataba con el pecado era a través del sacrificio ordenado por Dios de un animal como expiación por los pecados. Cuando Dios liberó a Israel de la esclavitud en Egipto, tres semanas después Moisés bajó del monte Sinaí con la ley y Dios también le había dado un método para tratar con el pecado. Cuando un israelita pecaba, se le exigía sacrificar un animal sin mancha y la sangre de esos animales cubría sus pecados. Esto les servía como un recordatorio del alto precio del pecado y de la necesidad de ser perdonado. Pero la sangre de los animales nunca iba a ser suficiente porque no tenía el mismo valor que la sangre humana. Por esta razón, los israelitas continuamente tenían que sacrificar un animal cada vez que pecaban. El problema era que no había ningún humano con sangre sin mancha disponible para sacrificarse por el pecado del pueblo, porque como dije anteriormente, todos nacieron infectados por el pecado. Esto fue hasta hace unos dos mil años atrás, cuando Dios envió a Su hijo Jesús al mundo a través de la concepción divina, no portando la sangre infectada por el pecado, sino más bien portando la naturaleza divina de nuestro Padre Celestial. Y cuando Juan el Bautista lo vio, exclamó:

 

“Mira, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

– Juan 1:29 NVI

 

Hace dos mil años quizás Dios no nos envió al mundo lo que más deseábamos, pero definitivamente nos envió lo que más necesitábamos, un Salvador, a quien Juan el Bautista lo llamó el “Cordero de Dios”, el que quita los pecados del mundo. No sólo los pecados de algunos, sino los pecados de todos, de todos los que aceptan el don de la salvación por medio de Jesucristo.

 

Amado Jesús Tú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, Tú eres el único que puede limpiarme de mis pecados y perdonarlos, Tú eres mi Salvador, gracias por ese sacrificio que no tiene medida Señor, porque sin Ti yo no tuviera esperanza alguna, no hay nada que yo pueda hacer para librarme del pecado, solamente Tú puedes hacerlo. Te amo, te adoro y te bendigo mi Rey y Redentor.