La Gracia que Sacia la Sed

 

 

Jueves 13 de diciembre de 2018

 

Imagínate que estás en la playa con mucho calor y sol, ¿cuánta agua de mar necesitarías beber para saciar tu sed? Qué pregunta más absurda, podríamos decir, porque todos sabemos que el agua salada produce aún más sed.

 

Jesús, cansado por la larga caminata, se sentó junto al pozo cerca del mediodía. Poco después, llegó una mujer samaritana a sacar agua, y Jesús le dijo: —Por favor, dame un poco de agua para beber. – Juan 4: 6-7 NTV

 

Ver a un samaritano y un judío conversando era algo muy raro porque los judíos odiaban a los samaritanos y los samaritanos de igual manera odiaban a los judíos. Los judíos sentían un odio profundo por los samaritanos porque ellos habían contaminado la raza hebrea casándose con personas de otras nacionalidades.

 

La mujer samaritana a quien Jesús le había pedido que le diera un poco de agua, había estado casada cinco veces con cinco hombres diferentes y para empeorar aún más la situación ella vivía con un sexto hombre con quien no se había casado, probablemente porque ese hombre estaba casado con otra mujer. No sabemos cuáles fueron los motivos de todas estas relaciones, pero lo que sí podemos tomar de esta historia es que ninguno de esos hombres pudo saciar la sed interna de esta mujer.

 

La mujer se sorprendió, ya que los judíos rechazan todo trato con los samaritanos. Entonces le dijo a Jesús: —Usted es judío, y yo soy una mujer samaritana. ¿Por qué me pide agua para beber? Jesús contestó: —Si tan solo supieras el regalo que Dios tiene para ti y con quién estás hablando, tú me pedirías a mí, y yo te daría agua viva… pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna. —Por favor, señor —le dijo la mujer—, ¡déme de esa agua! Así nunca más volveré a tener sed y no tendré que venir aquí a sacar agua. – Juan 4: 9-10, 14-15 NTV

 

Jesús responde con la gracia de Dios para calmar el alma sedienta de esta mujer. A veces todo lo que deseamos es una segunda oportunidad, otra oportunidad para hacer las cosas bien, esta mujer había intentado satisfacer su sed por lo menos con seis relaciones y quien sabe con qué más, pero nada funcionó. Jesús le dio la séptima opción, la gracia de Dios que sacia la sed. La gracia que llena los vacíos que existen en nuestros corazones, los vacíos que fueron creados por nuestros pecados y los pecados de otros. La gracia que sacia la sed del alma y nos libra de nuestro pasado.

 

Al igual que la mujer samaritana, hemos desarrollado diversas maneras de tratar con nuestro pasado y con nuestras situaciones presentes. Pero de la misma manera que el agua del mar nunca podría calmar nuestra sed, el tratar de satisfacer nuestras almas sedientas a través de las relaciones, sexo, drogas, alcohol, trabajo, religión y una serie de otras cosas nunca es posible, nada de esto puede satisfacer nuestras almas. Sólo Dios puede hacerlo. Pero primero, al igual que esta mujer, necesitamos admitir que tenemos sed. Cuando admitimos que nuestra alma está sedienta le estamos extendiendo una invitación a Dios para que la sacie con la gracia que sólo Él tiene para nosotros.

 

Padre Celestial gracias por saciar la sed de mi alma, sólo tú puedes hacerlo a través de esa gracia maravillosa que me extiendes cada día. Gracias, porque antes de conocer a Jesús trataba de saciar mi sed a través de muchas cosas y nunca fue posible. Sólo Tú Señor calmaste mi alma e hiciste posible que nunca más yo tuviese sed.