Innegociable

 

 

 

Miércoles, 19 de julio

 

 

Toda persona creyente y todos los sistemas religiosos tienen algo en común, la tendencia de querer negociar con Dios. Si alguna vez has orado: “Dios, si Tú… te prometo que yo siempre…” o Dios, si Tú… te prometo que yo nunca…” asumes que puedes negociar con Dios. Pero Dios no negocia. Esto es porque Él no quiere algo de ti, sino más bien Él quiere algo para ti. El problema de negociar con Dios es que no tenemos nada que ofrecerle. Quizás piensas que tu vida es tuya, pero la Biblia dice que Dios ha determinado el número de nuestros días. Piensas que tu dinero y posesiones son tuyos, pero son tuyas temporeramente, ahora Dios te permite manejarlas pero eventualmente les serán entregadas a otras personas. Una vez más, Dios no negocia porque Él no quiere algo de nosotros, sino que quiere algo para nosotros. Esta dinámica se llama gracia; Es el favor inmerecido de Dios. No es sólo misericordia, es más que misericordia. La misericordia remueve las consecuencias negativas de nuestro mal comportamiento. Pero la gracia va un paso más allá, no sólo remueve las consecuencias negativas, sino que nos recompensa con algo que no merecemos.

 

Pocas personas explican mejor esta dinámica que el apóstol Pablo en el libro de Efesios. No por su habilidad con las palabras, sino porque él mismo era un recipiente de la gracia de Dios. Y si alguna vez hubo una persona que no merecía ser recipiente de la gracia de Dios ese fue Pablo. Antes de que Pablo escribiera el libro de Efesios su trabajo era perseguir a cualquier persona que escogiera seguir a Jesús. Pablo era tan enemigo de los creyentes que aprobó la muerte del primer mártir de la iglesia cristiana, un joven llamado Esteban. Por lo que Pablo fue un hombre temido por los cristianos; pero Dios decidió extenderle a Pablo, no sólo su misericordia, sino también su gracia. Dios escogió a los hombres más inverosímiles para que nos trajeran el mensaje de la gracia.

 

Efesios 2:8-9 NLT

 

Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo.

 

Gracias Jesús por salvarme, gracias amado Dios porque Tú no quieres nada de mí, sino más bien quieres algo para mí, tu amor incomparable, tu misericordia y sobretodo tu gracia Señor; sin tu gracia me es imposible vivir, al igual que Pablo no merezco nada de lo que has hecho por mí, yo soy un recipiente de tu gran amor y gracia, te pido que me ayudes a dar por gracia lo que por gracia recibí. Estoy muy agradecido de que me recuerdes que no es por obras que soy salvo, para que no me jacte de nada. Todo se trata de ti.