Necesito un Milagro

 

 

Martes, 10 de abril del 2018

 

No hay ganancias sin sacrificios. En tu carrera, en todas tus relaciones y en cada área de tu vida no vas a recibir ganancias si no tomas los sacrificios. En el mundo espiritual también es así; si quieres tener una fe madura no vas a disfrutar de las ganancias si no asumes los sacrificios. Nada honra más a nuestro Padre celestial que los hombres y las mujeres de fe madura. Los hombres y mujeres que creen plenamente que Dios es quien dice que es y que va a hacer exactamente lo que prometió que haría. Y no hay nada que tenga un mayor potencial para hacer crecer tu fe que las pruebas difíciles de la vida.

 

En una ocasión, Jesús estaba ministrando a miles de personas en el medio de la nada. Ya se estaba haciendo de noche y los discípulos se le acercaron para recordarle que era tarde, que la gente no había comido y que porque estaban en un logar solitario no había ningún sitio en donde ellos pudiesen comprar alimentos. Pero Jesús les dice que no los despidieran sin alimentarlos. Y con cinco panes y dos peces Jesús procedió a alimentar a cinco mil hombres, además de mujeres y niños y luego recogieron doce cestas llenas de pedazos que sobraron. Inmediatamente después de terminar Jesús despidió a sus discípulos e hizo que se adelantaran a cruzar hacia el otro lado en un barco. Yo me puedo imaginar a los discípulos montados en el barco hablando del milagro que acababan de presenciar. Me los imagino compartiendo en la forma que cada uno terminó con su propia cesta llena de lo que sobró. Cuando de repente se encontraron en el medio de una gran tormenta; seguramente pensaron que iban a morir. Su asombro en un instante se convirtió en temor. Apuesto a que en ese momento ya no les importaba cuantas personas comieron y cuantas canastas sobraron. Apuesto que lo único que pensaban era que iban a morir.

 

Después de luchar toda la noche por mantenerse a flote, justo antes del amanecer, Jesús vino a ellos caminando sobre las aguas. Pedro probablemente asustado pensando que iba a morir le pidió a Jesús que le permitiera ir hacia Él y Jesús le dijo “ven”, y Pedro en el medio de la tormenta se lanzó y comenzó a caminar sobre las aguas hacia Jesús. Uno, dos, tres pasos en el agua y cuando miró la fuerza del viento comenzó a hundirse y en seguida Jesús extendió su mano y lo rescató.

 

Mateo 14: 31-33 NVI

En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo reprendió: —¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Cuando subieron a la barca, se calmó el viento. Y los que estaban en la barca lo adoraron diciendo: —Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.

 

Era como que Jesús les estaba diciendo a Pedro y los discípulos, el milagro de la alimentación no causó que me adoraran, con ese milagro me aseguré de que cada uno de ustedes terminara con una cesta llena de lo que sobró para que madurasen en su fe. Pero después de que los libré de la tormenta esto causó que hicieran algo que nunca antes habían hecho. Esto causó que me adorasen diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.” Eso sí es fe madura.

 

La lección de la tormenta es que la fe madura es el resultado de las tormentas de la vida. Porque una cosa es ver a Jesús hacer milagros, y otra es estar con el agua al cuello, en una situación desesperada, pensando que por seguro te vas a ahogar y luego llega Jesús y te rescata. Créeme que eso si hará crecer tu fe.

 

Amado Jesús gracias por la paz que me das al asegurarme que no importa la tormenta de mi vida que tenga que atravesar, si mantengo mi mirada en ti Tú me vas a sostener de tu mano poderosa y no vas a dejar que yo me ahogue. Es la única manera de que mi fe en ti madure y yo reconozca que Tú eres el Hijo de Dios.