Nunca te Desilusionara

 

 

 

 

 

Jueves, 28 de marzo del 2018

 

Nosotros no pensamos en la esperanza hasta que la perdemos. Es cuando nos miramos al espejo y vemos que ésta no es la vida que esperábamos. O tal vez cuando miramos alrededor y pensamos que este no es el mundo en el cual nos habíamos hecho la idea de vivir. Ahí es cuando te das cuenta de la importancia de la esperanza, y de que todo lo que deseas hacer, lograr o llegar a ser en la vida no lo puedes alcanzar sin ella. Pero el hecho es que muchas de las cosas que esperábamos simplemente no sucedieron; es la relación que no resultó como supusiste, es la carrera o el negocio que no salieron como lo planeaste. A un nivel mayor, quizás fue trasladarte de un país a otro o de un sistema político a otro y sólo resultaste desilusionado. Tal vez pusiste tus esperanzas en una institución religiosa y no fue lo que esperabas. Quizás la sensación más desagradable de todas es cuando te miras al espejo y te das cuenta de que no eres la persona que podrías y deberías ser. Permíteme añadir una más a esta lista de desilusiones; es cuando tienes todo moviéndose en la dirección correcta y luego tu cuerpo se enferma, con un cáncer u otra afección. Pareciera que en verdad no existe la esperanza, porque el mundo en el que vivimos está totalmente desesperanzado.

 

Contra su propia voluntad, toda la creación quedó sujeta a la maldición de Dios. Sin embargo, con gran esperanza, la creación espera el día en que será liberada de la muerte y la descomposición, y se unirá a la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que, hasta el día de hoy, toda la creación gime de angustia como si tuviera dolores de parto; y los creyentes también gemimos —aunque tenemos al Espíritu Santo en nosotros como una muestra anticipada de la gloria futura— porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y el sufrimiento. Nosotros también deseamos con una esperanza ferviente que llegue el día en que Dios nos dé todos nuestros derechos como sus hijos adoptivos,[a] incluido el nuevo cuerpo que nos prometió. Recibimos esa esperanza cuando fuimos salvos. (Si uno ya tiene algo, no necesita esperarlo; pero si deseamos algo que todavía no tenemos, debemos esperar con paciencia y confianza). Romanos 8: 20-25 NTV

 

Tenemos un gran problema, la verdad es que estamos viviendo en un mundo sin esperanza. Y por si fuera poco, tenemos otro problema porque pensamos que podemos ganarle a este mundo que no tiene esperanzas. Ponemos todo nuestro empeño en hacer ejercicios, comer saludable, tomar vitaminas, sólo para mirarnos en el espejo y ver que estamos envejeciendo. Trabajamos demasiado con la esperanza de que a través de la educación, el duro trabajo, los planes de salud y de financiamiento vamos a poder construir una base sólida para nuestras vidas. Por cierto, no estoy en contra de ninguna de estas cosas, la verdad es que son decisiones sabias que todos deberíamos tomar. Pero el apóstol Pablo viene y nos dice que con el tiempo todo se descompone debido a que toda la creación ha sido sujeta a una maldición de parte de Dios y que aun la tierra misma espera ser libertada de la descomposición y la muerte. La mala noticia es que no importa cuánto te esfuerces, finalmente te sentirás desilusionado porque Dios mismo fue el que sujetó a toda la creación a una maldición.

 

La buena noticia es que en un mundo sin esperanza podemos encontrar la esperanza, pero no en las cosas visibles, como el ejercicio, la salud y la planificación financiera; ni siquiera en nuestras familias y seres queridos, sino más bien en la espera de la manifestación completa de la obra de salvación que Dios ha comenzado en las vidas de aquellos que han depositado sus esperanzas en Él. Sin lugar a dudas la esperanza sigue viva, pero no viene de este mundo sino de Dios en los cielos.

 

¿Qué podemos decir acerca de cosas tan maravillosas como estas? Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién podrá ponerse en nuestra contra? Si Dios no se guardó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también todo lo demás? ¿Quién se atreve a acusarnos a nosotros, a quienes Dios ha elegido para sí? Nadie, porque Dios mismo nos puso en la relación correcta con él. Entonces, ¿quién nos condenará? Nadie, porque Cristo Jesús murió por nosotros y resucitó por nosotros, y está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios, e intercede por nosotros. Romanos 8: 31-34 NTV

 

Cuando hacemos de Dios el centro de nuestra esperanza nunca terminaremos desilusionados. Porque Dios entiende nuestras frustraciones, nuestros dolores y Él también entiende lo que es vivir en un mundo en descomposición. Pero la esperanza pacientemente espera por lo que aún no ha llegado, si no, no sería esperanza. Así que la pregunta que queda es, ¿qué hacemos mientras tanto? ¿qué hacemos mientras esperamos que nuestras esperanzas se hagan realidad? Sé la mejor persona que puedas, ama aún cuando no te aman, perdona, sirve a otros, pero no hagas de nada de eso el fundamento de tu esperanza, sino que Dios siempre sea el fundamento de todas tus esperanzas.

 

Es simple, si tus esperanzas las colocas en cualquier lugar o cosa de este mundo con el tiempo terminarás desilusionado, pero si esperas pacientemente en Dios, depositando todas tus esperanzas en Él, nunca terminarás desilusionado.

 

Padre Celestial gracias por ser mi esperanza, porque aunque vivo en un mundo sujeto a maldición, en ti sí puedo depositar toda mi confianza sabiendo de antemano que jamás seré decepcionado. Ayúdame a no cansarme de hacer el bien mientras espero que se complete tu obra de salvación en mí.