Una y otra vez

 

 

Jueves 06 de julio

 

A la mayoría de las personas no les gusta que las llamen pecadoras; Es una palabra fuerte y ofensiva. Pero la verdad del asunto es que al final del día todos somos pecadores. Si alguna vez has hecho algo sabiendo que estaba mal entonces eres un pecador. Y lo peor del asunto es que a menudo cometemos los mismos pecados una y otra vez; no nos podemos controlar. Hay cosas que sabemos que no debemos hacer y a veces aun prometemos no hacerlas pero terminamos haciéndolas una y otra vez. Esto me recuerda las palabras del apóstol Pablo que dijo; “Realmente no me entiendo a mí mismo, porque quiero hacer lo que es correcto pero no lo hago. En cambio, hago lo que odio”. Al igual que Pablo, somos pecadores y no podemos ni tan siquiera hacer lo que sabemos que deberíamos hacer. Y a pesar del hecho de que pecamos constantemente no nos gusta que nos llamen “pecadores”.

 

Tal vez la razón por la que no nos gusta que nos llamen pecadores es porque asociamos el pecado con la condenación y la separación. Pero Jesús veía a los pecadores de una manera completamente diferente, cuando leemos los evangelios encontramos que Jesús se sentía atraído por los pecadores y los pecadores se sentían atraídos por Él. Y aunque Él ha sido el hombre más santo que ha vivido en este mundo, los pecadores se sentían cómodos con Él. En el evangelio de Lucas Jesús nos cuenta una parábola de un padre y sus dos hijos en un esfuerzo por responder a la pregunta que muchas personas religiosas de su tiempo tenían. La pregunta de por qué Jesús se sentía tan cómodo estando rodeado de pecadores.

 

En esta parábola, el hijo menor le dice a su padre que quiere su parte de la herencia. En esencia el hijo le estaba diciendo a su padre, vamos a fingir que estás muerto para que yo pueda recibir mi herencia. Y el padre decide darle a su hijo menor su parte. El hijo se va y después de un tiempo se había consumido todo su dinero en fiestas y prostitución, cuando ya no tenía nada y se encontró sin esperanza, decidió volver a su casa. Pero cuando llegó inmediatamente le dijo a su padre: “He pecado y ni siquiera soy digno de ser llamado tu hijo”. La única esperanza del hijo era que su padre le permitiera trabajar como uno de sus criados. Pero en lugar de condenar a su hijo por su comportamiento inexcusable y detestable, el padre decide hacer una gran fiesta. Una fiesta tan grande que cuando el hermano mayor que había estado en el trabajo volvió a casa y vio la conmoción le preguntó a algunos de los criados, ¿qué es esta fiesta? A lo que le respondieron, tu hermano ha regresado y tu padre decidió hacer esta fiesta para celebrar.

 

El hermano mayor se negó a entrar a la fiesta, por lo que su padre salió a suplicarle que entrara. Pero el hermano mayor se negó, básicamente diciendo, mi hermano no merece una fiesta, lo que se merece es el castigo, esto no es justo. Probablemente es por esta razón que no nos gusta que nos llamen pecadores, porque se supone que los pecadores son castigados. Pero mira la respuesta que el padre le da a su hijo mayor.

 

Lucas 15:32 NVI

 

“Teníamos que celebrar este día feliz. ¡Pues tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida! ¡Estaba perdido y ahora ha sido encontrado!”

 

El objetivo de Dios con los pecadores es la restauración y no la condenación, pero para ser restaurados primero debemos reconocer que somos pecadores y que sí somos culpables. El perdón nos lleva a una relación restaurada, pero para ser perdonado primero debemos admitir y confesar que hemos pecado.

 

Padre Celestial gracias por la parábola del Hijo Pródigo porque a través de ella me muestras tu gran amor, a pesar de que yo haya pecado, me haya separado de ti y merezca castigo, Tú por el contrario me recibes con los brazos abiertos y me das vida a través de tu Hijo Amado, con sólo yo admitir y confesar que he pecado. Gracias porque Tú eres mi Padre amoroso que me esperó con los brazos abiertos e hizo una gran fiesta porque me encontraste.