¿A qué le temes? ¿Sabías que el mandamiento que más se menciona en la Biblia es “no teman”? Según algunos teólogos, el mandamiento aparece hasta 365 veces. Ningún otro mandamiento se acerca. Y la razón principal por la que Dios nos ordena que no temamos es porque Él ha prometido estar con nosotros. Si Dios está de tu lado, nadie te podrá oponer. Sin embargo, lo raro es que el versículo de la Biblia que comparto hoy nos ordena a hacer lo opuesto.
Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. – Hebreos 4:1 RVC
Antes y después de la resurrección de Jesús, muchos hebreos querían algo mejor. Pero el cambio del judaísmo al cristianismo se les estaba haciendo bien difícil. Ellos conocían y entendían a Moisés y la ley, pero luchaban con el cristianismo y la gracia. Y el autor del libro les escribe para explicarles que sí, que Moisés era bueno pero que Jesús es mejor. El autor procede a recordar al lector lo que les había sucedido a sus antepasados bajo la dirección de Moisés.
Bajo Moisés, Dios liberó al pueblo hebreo de 400 años de esclavitud en Egipto y les prometió algo mejor. No solo el librarlos sino también darles su propia tierra. Y de manera poderosa y milagrosa, Dios a través de Moisés libertó al pueblo de Egipto llevándolos al desierto para una jornada de cuarenta días de camino a la tierra prometida. Pero el viaje se convirtió en un año, un año en una década y una década en cuarenta años. Y toda esa generación falleció en el desierto sin nunca haber entrado a la promesa.
Aprendemos a través de las Escrituras que la razón por la que no entraron fue porque habían endurecido sus corazones hacia Dios. Pero el autor del libro de Hebreos explica que Dios nos ha extendido a nosotros la promesa de algo mejor. Pero esta vez nos guiará Jesús a la promesa y no Moisés. Y Dios nos ordena que tengamos miedo, temor y terror de que lo que le sucedió al pueblo de Israel en el desierto no nos suceda a nosotros. Que después caminar tan lejos, nosotros tampoco recibamos la promesa de algo mejor.
Padre Celestial gracias por tu promesa de que tu Hijo Amado me va a guiar hacia algo mejor, algo de gran valor eterno; pon en mí ese temor que me ayude a no endurecer mi corazón, al contrario, que yo viva cada día agarrado de la promesa de que Tú siempre tienes algo mejor para mí.